Ayer tuve una experiencia con mi hijo pequeño muy interesante. El pequeño estuvo comportándose de forma poco colaboradora (desde mi adulto punto de vista, claro) durante sus deberes diarios que le mandan desde el cole. Vamos que el chiquillo tenía más ganas de juerga que de estudiar. Después cuando consiguió acabar sus tareas, continuó con esa actitud. Yo le pedía algo, no me contestaba. Ya un poco impacientada le dije: -" Hijo, ¡¿qué te pasa?!, ¡¿por qué te estás portando así?!" Entonces él se me quedó mirando y empezó a enjugar lágrimas en sus ojos y, sin más, me dijo: -"No lo sé"-, le hice un par de preguntas para ayudarle a pensar qué le pasaba. Él, con sus maravillosos ojos verdes llenos de lágrimas, me volvió a mirar y me respondió negativamente a las dos preguntas que le hice y añadió: -"No lo sé". Entonces le abracé y, mientras le abrazaba, pensé: "Pues claro, no siempre sabemos por qué hacemos las cosas, pero los adultos nos empeñamos en que nuestros pequeños nos den explicaciones, cuando nosotras/os mismas/os no somos capaces muchas veces de dar explicación a nuestras conductas. Le abracé muy fuerte y le besé. Le dije: -"bueno, no pasa nada"- " Intenta a partir de ahora estar un poco más centrado, ¿vale?"- Asintió con la cabeza y volvió a abrazarme. A partir de ese momento se comportó divinamente. No hizo falta castigos, gritos, enfados, etc.
De los niños y las niñas se aprende mucho.